Las calles no siempre tienen color. Somos nosotros los que le podemos añadir vida y color. Nuestros colores, nuestras miradas, nuestros puntos de vista.
Las calles no hablan, somos nosotros los que hablamos por ellas, desde ellas, con ellas. Y los que las leemos. Las calles están calladas hasta que nosotros las ponemos a funcionar, a gritar, a sonar.
Las calles no son nuestras aunque nos lo creamos, son de todos, también incluso de los que se fueron o de los que van a venir. Pero mientas tanto, el color se lo ponemos los que estamos dentro.