Algunos grafiteros, deseosos de que sus obras se vean desde lejos y de que sea complicado borrarlas, quitarlas, se suben a lugares casi imposibles a pintar sus takeos, sus firmas, sus tipografías en un reto casi absurdo por lo peligroso que representa.
No es que simplemente accedan a lugares muy altos, sino que buscan espacios que parecen casi imposibles, en laterales de fachadas o en tejados que como poco uno se pregunta cómo han logrado acceder a ellos sin ser los propios vecinos. Pero lo consiguen y todo solo para hacerse notar.
Esta imagen es de Madrid. Estos procesos casi de acrobacia artística comenzaron en los EEUU, sobre todo en New York,